¿Tienen hijos de mi edad?

El domingo era como cualquier otro. Almuerzo en el departamento de la abuela después de una semana más de una rutina que no parecía frenar. Íbamos todos en ese momento, los cinco hermanos estaban presentes con sus respectivos hijos e incluso algunas de las ex parejas que seguían siendo familia. Yo, como siempre, me aislaba en el cuarto extra que tenía mi abuela en su departamento. Era mi lugar seguro en esa casa, entre todos los adultos (o por lo menos gente joven que era claramente mayor que yo), ahí yo podía ser una niña con la tele con caja que solo tenía canales de aire por lo que quedaba puesta en el canal número 10 donde sabía que pasaban Los Simpsons a esas horas del mediodía. Siempre me llevaba algo más para hacer, un libro para leer, un álbum de figuritas para completar, un cuaderno para dibujar o pintar o alguna otra cosa para poder entretener a la nena de 8 años que siempre se encontraba sola ahí. De vez en cuando mi hermano venía conmigo, a él le encantaban tanto Los Simpsons como a mí, nos quedábamos los dos ahí sentados en la cama extra que había en ese cuarto mirando la serie hasta que nos llamaran para comer. Esas veces no eran muy seguidas igualmente, como mi hermano me llevaba seis años, él siempre estaba con uno de mis primos que aunque entre ellos se lleven ocho años siempre hablaban de fútbol o algún otro deporte que a los dos le fascinaran. 

Cuando me llamaban para comer siempre saludaba a todos. Había ciertos parientes que sabían dónde encontrarme antes de que estemos obligados a pasar las próximas tres horas en la misma mesa, esos eran mis favoritos. Mi tía, sus hijas y algún otro de mis tíos siempre pasaban a saludarme, aunque yo era demasiado tímida como para poder decir algo más que hola y entablar una conversación con gente adulta sin mis padres presentes. Había ciertos domingos en los que mis padres me buscaban para que no me quede sola en el cuartito, aunque ellos sabían que me divertía más ahí que con los demás, por lo que siempre me dejaban volver a mi cuartito con cubrecama y almohadones y sillas naranjas. 

Ese domingo cuando me llamaron a almorzar, todo estaba como siempre. Mi mamá me llevaba a la cocina para que ayude a poner la mesa mientras que mi papá estaba sentado en el comedor con sus hermanos hablando de temas de la fábrica. Siempre lo mismo. Cuando por fin estaba todo puesto y la comida árabe estaba en nuestros platos, la charla comenzó. Siempre había una charla general que yo escuchaba atentamente sin entender la mitad de las cosas de las que hablaban. Yo solamente estaba prestándole atención a la comida que tenía, amaba la comida árabe y la comíamos menos de lo que me gustaría por lo que siempre que había, la saboreaba y disfrutaba como si fuera la última vez que la probara. De todas formas, ese día había entendido más de la conversación por lo que estaba prestándole más atención a todo lo que estaba ocurriendo en la mesa. 

Lo que había entendido era que alguien nuevo iba a unirse a la familia. No entendía bien quién era porque nunca había escuchado su nombre. Por lo visto era gente que ya era parte de la familia pero que no vivía con nosotros. Mi única pregunta había sido si tenían hijos y fue dirigida a mi mamá quien estaba sentada al lado mío. Recuerdo que ella no me había contestado porque estaba muy sumergida en todas las cosas que iban a pasar porque estas personas iban a venir con nosotros. Yo solo quería saber si iba a venir alguien más cercano a mi edad, era mi sueño desde siempre tener algún primo o alguien que me pueda acompañar en esas reuniones familiares. Pero, en ese momento, al no obtener respuesta, perdí todo el hilo de la conversación. Pedí irme al cuartito y mi mamá me dejó. Pasé las próximas dos horas en ese cuarto, dibujando en un cuaderno que había llevado y haciendo zapping en los canales de aire a ver si encontraba alguna película que me pudiera entretener. Cuando estaba muy aburrida, iba a la bicicleta fija que estaba delante de la televisión y me ponía a pedalear mientras veía una película que me aburría. 

Luego me llamaron para merendar. Estaba emocionada porque las cosas dulces siempre eran mis favoritas. En especial las árabes que había en la casa de mi abuela. Cómo me gustaba esa tradición familiar. Cuando ya me había llenado el plato de cositas, fui a los sillones donde estaban mis padres hablando con mis tíos. 

-El tema va a ser con quién se van a quedar.

-No sé quién se va a encargar de todos los papeles también.

-Puedo hablar con Ángel, seguramente sabe algo.

-Estoy más preocupada por el choque cultural que por los papeles, realmente.

-Una cosa a la vez, Celi. No nos precipitemos a cosas que todavía no sabemos que van a suceder.

-No, lo sé pero igualmente. Les va a costar adaptarse después de venir de una cultura tan cerrada. 

-Veremos, por ahí no es tan difícil para ellos.

-Es terrible que cosas así sigan pasando en nuestra sociedad para que se tengan que venir para acá.

-Hay guerras en todo el mundo, Cel. Nunca dejaron de existir.

-Si, bueno pero eso no quita que sea triste.

Me senté al lado de mi mamá, quien estaba callada mientras escuchaba la conversación de los hermanos. 

-Ma, ¿quiénes vienen?

-Familiares tuyos Caro.

-¿Cuándo vienen?

-Y eso depende de muchas cosas. 

-¿Por qué?

-Vienen de muy lejos y el viaje es largo, entonces no sabemos muy bien. 

-¿De dónde vienen?

-¿Te acordás del trabajo que tuviste que hacer en el colegio sobre tus tradiciones familiares? Bueno, aparecieron familiares tuyos de Siria que quieren venir para acá. 

-¿Tienen hijos de mi edad?

 

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