Cómo atravesar mundos y no morir en el intento
Autobiografía basada en el estilo de los textos
Fui una de las primeras personas en aprender a leer en mi colegio. Es un dato que muchas personas podrían decirlo como algo divertido para contar, o parte de una anécdota, pero yo siempre lo dije con orgullo. Igualmente, los libros estuvieron presentes en mi vida incluso antes de que yo sepa lo que eran. Mi mamá siempre me contaba que cuando tenía tres años yo me quedaba observando las estanterías de mi casa, agarraba los libros que siempre eran más grandes que yo y los hojeaba. ¿Sabía lo que decían? No, pero siempre los miraba de todas maneras.
Yo sé que leía mucho de chica, pero me empecé a dar cuenta de mi pasión por la literatura cuando empecé la secundaria. Ese cambio trajo consigo el divorcio de mis padres y “El peor año de mi vida” como me gusta llamarlo. Tiene ese título porque para la mente de una nena de 13 años (y si lo pienso ahora a la distancia, creo que para cualquiera) pasar por muchas situaciones estresantes en un periodo de seis meses que culminaron en doce de mucha carga emocional, fue todo un desafío. El día que mis padres me dijeron que se iban a divorciar lo primero que hice fue continuar leyendo el último tomo de Harry Potter que me faltaba. Por muchos años dije que ese me parecía ser el peor libro de la saga, pero me di cuenta más tarde que probablemente era por el contexto en el que lo había leído. Cuando lo releí reflexioné sobre esos momentos y me emocioné porque me di cuenta de que era un tema totalmente superado y pude ver al libro por lo que era: solamente un libro. En ese año tan horrible para mí, me mudé tres veces de la mano de libros de romance que me quitaban la mente de lo que pasaba en mi vida y perdí a mi abuela de la mano de una distancia a la ficción.
Esto último se convertiría en un patrón. Toda la secundaria, leí como una desquiciada. Me decían la come libros y no me importaba, me aislaba en esos mundos ficticios y estaba contenta en ellos. Pero, me aislaba es esos mundos ficticios y me sentía sola en el real. Amigos tenía, pero a veces sentía que me faltaba esa emoción que mostraban en las novelas, quería imitar lo imposible, porque por algo se llama ficción: no es real. Entonces empezó mi proceso de resentimiento hacia la ficción. Empecé a culpar a las expectativas que me había formado la lectura por mi falta de “vida” real. Empecé a recordar mi vida y a pensar en cómo hubiera sido yo si no hubiera sido la come libros del colegio, si no me hubiera aislado inconscientemente de ciertas experiencias adolescentes, si no me hubiera obligado a crecer más rápido por la situación en mi casa.
Durante la pandemia dejé la lectura y comencé con la escritura. Puedo llegar a decir que durante el aislamiento fue cuando menos sola me sentí porque empecé a ponerle más empeño a mis relaciones interpersonales. Me empecé a conocer más allá de los libros, y dejé que los demás hicieran lo mismo. La escritura fue un gran factor en eso. Empecé a escribir canciones para poder entender ciertas situaciones de mi vida, incluso dramatizarlas un poco. Y así conecté conmigo misma y reconecté con mi papá con quien había tenido una relación desprendida desde el divorcio. Ese mismo año, mi tío me regaló para navidad un váucher que valía por un año de clases de escritura. Ese curso abrió mi espectro literario en ambas lectura y escritura, generando que sea cada vez más honesta en mi relación con la literatura, explorando nuevos géneros.
Mi vida estuvo atravesada por la literatura, y luego de altibajos y frustraciones llegue a un punto de estabilidad con ella, no me escondo más entre las páginas de un libro, más bien las busco cuando necesito algo familiar dentro de un ámbito desconocido, o simplemente por diversión. Pero, de todas formas, me gusta pensar de mi vida como un libro y que recién ahora estoy por el principio de una gran historia.
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